El saltamontes Lorenzo H. se acostó pronto. Después de ponerse su pijama gris, fue a buscar un vaso de agua que dejó junto a la mesita de noche, comprobó que la alarma de su despertador estuviese puesta y, tumbado ya en su lecho, prendió fuego a un último cigarrillo. Lorezo H. había tenido un día muy duro saltando de un lado para otro. Como representante de artículos cosméticos femeninos trajinaba una enorme maleta con un buen muestrario. Pintalabios, cenizas y sincopes idolatrados por doquier frecuentaban su insulso catálogo de milagros que ayudaban a sentise más guapa o más joven. Como contra partida ni un sólo gramo de azúcar, ni una onza de mermelada, ni tan siquiera una cucharadita de café con leche para tener un desayuno digno. Así, envuelto en cortinas de caña y pidiendo tanda en la charcutería del súper, repartió, a lo tonto a lo tonto, todo su estocage. Luego apagó su cigarro en el cenicero con la ayuda del vaso de agua y sumergió su alma entre el lomo de dos colores y el filete de pobre.
Parte: muy nuboso, -4ºC